Sobre la literatura argentina contemporánea

(apunte provisional)
El "que se vayan todos" no lo inventaron los incautos ahorristas incautados por Domingo Cavallo sino los escritores argentinos mucho antes del día de los cacerolazos, y es un mérito que se les debería reconocer poniendo una placa en la Biblioteca Nacional.
César Aira le tira piedras a la estatua viviente de la literatura argentina, Ernesto Sábato. Blanco fácil y efectivo. El gesto prospera porque Aira cosecha seguidores y porque sobre la estatua se posan pájaros sueltos que quieren ocupar el pedestal cuando, en una noche aciaga, la literatura sin escritura lo deje vacante.
Con esos ingredientes, como todo el mundo sabe, el western funciona. El aire de comedia se lo dan los pájaros aireanos que desafinan y los aspirantes a la estatua, sobreactuando su perfil comprometido con la tragedia humana y nacional.
Para colmo de males, a mamá Europa lo único que le interesa de esas latitudes (lo único que le da ganancia) es la escultura estatuaria, y no se dan por enterados de todos esos aspavientos tan incomprensibles como el peronismo.
El ninguneo, lejos de aplacar, enfebrece a los actores, es música en sus oídos y le pasan el trapo a la pistola. Que se vayan todos, gritan, que se vayan todos.

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